sábado, 12 de diciembre de 2009

EL ANDAR DEL SEÑOR DE LAS PENAS



Los Costaleros imprimen al Señor un paso largo, de muy abierto compás, pero de ritmo sosegado, marcado, de amplias cadencias. Con este paso sosegado apenas se levantan lo pies del suelo, la goma de la zapatilla rasea en una leve pero continua caricia con el asfalto del calzada, y las andas mas que andar, reptan con acusados movimientos hacia los costeros, lentos y parsimoniosos, así sin tiempo. Desde la solida piedra conventual Carmelita o desde la profundidad repleta de volutas de incienso en la Merced, lejos de la bastedad de la Plaza Mayor, el espaciado pendular, se hace eco en el cíngulo y la túnica del Señor, que cobran la viveza de un andar recio, de hombre. Ver venir al Señor de lejos, a largas zancadas, majestuoso, aunque humillado y sometido a torturas; es proverbial. Viene con aires de realeza, con el triunfo entre sus manos el vencedor de la muerte. El ademán decidido y poderoso que presenta el Señor de las Penas, adquiere una impronta vital con el andar electrizante del costalero. Es, justamente, el mejor paso que le va a ese paso.

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